sábado, abril 01, 2006

La cultura - 31 del mes leopardo de 2006

La cultura - 31 del mes leopardo de 2006
¿Por qué extraño motivo creemos que los avances de la tecnología implican un avance, o un progreso para la humanidad? Se dice que el acceso universal a las computadoras nos brindaría un potencial de desarrollo fantástico, que nadie quedaría fuera del mundo, que las capacidades serían detectadas y valoradas… ¿Quién escribe más desde que existen formas electrónicas de escribir? ¿No será más bien que tener a nuestro alcance las maravillas que el mundo moderno nos ofrece permite gozar de su sola existencia, ahorrándonos el esfuerzo? Sí, nos dicen: permiten ahorrar esfuerzo, tiempo, dinero; nos hace más eficientes, más eficaces. ¿Y eso es bueno en sí mismo?
Pongamos por caso el tiempo: escribir en este engendro me deja tiempo para otras cosas. ¿Cuáles cosas? ¿Trabajar? ¿Mi ocio? ¡Pero hacer esto forma parte de mi ocio! Si gano tiempo de mi ocio para tener más tiempo para el ocio… Y si lo quiero para trabajar más, es todavía más atroz: ¿es trabajar el bien supremo? ¿O lo es el dinero que ganaría al trabajar más?
Otra ventaja: los avances de la tecnología permiten una mayor longevidad acompañada por una mejor calidad de vida. Sí, pero ¿para quiénes? Para quienes pueden pagarlo. En el primer mundo, donde se concentra la riqueza y el disfrute de dicha tecnología, la tasa de natalidad está decreciendo peligrosamente. Entonces se invierte la pirámide: más viejos, menos niños y jóvenes (dicho sea de paso, es uno de los grandes dilemas que afrontan los sistemas de jubilaciones en el mundo). Tenemos entonces un mundo superpoblado de ancianos ricos que –si la jugada sale bien– vivirán cientos de años, y de niños y jóvenes pobres sin acceso a los dichos beneficios.
¿He dicho ya aquí ‘a matar ancianos ricos’? No, todavía no.

Por supuesto, siempre alguien dice mejor las cosas.


El teatro y su doble (fragmentos del prefacio)
Antonin Artaud

"Nunca, ahora que la vida misma sucumbe, se ha hablado tanto de la civilización y la cultura. Y hay un raro paralelismo entre el hundimiento generalizado de la vida, base de la desmoralización actual, y la preocupación por una cultura que nunca coincidió con la vida, y que en verdad la tiraniza. Antes de seguir hablando de cultura señalo que el mundo tiene hambre, y no se preocupa por la cultura. (…)
Defender una cultura que jamás salvó a un hombre de la preocupación de vivir mejor y no tener hambre no me parece tan urgente como extraer de la llamada cultura ideas de una fuerza viviente idéntica a la del hambre.
Tenemos sobre todo necesidad de vivir y de creer en lo que nos hace vivir, y que algo nos hace vivir; y lo que brota de nuestro propio interior misterioso no debe aparecérsenos siempre como preocupación groseramente digestiva.
Quiero decir que si a todos nos importa comer inmediatamente, mucho más nos importa no malgastar en la sola preocupación de comer inmediatamente nuestra simple fuerza de tener hambre.
Si la confusión es el signo de los tiempos yo veo en la base de esa confusión una ruptura entre las cosas y las palabras, ideas y signos que las representan.
No faltan ciertamente sistemas de pensamiento; su número y sus contradicciones caracterizan nuestra vieja cultura, pero ¿dónde se advierte que la vida, nuestra vida, haya sido alguna vez afectada por tales sistemas?
No diré que los sistemas filosóficos deban ser de aplicación directa e inmediata; pero una de dos:
O esos sistemas están en nosotros y nos impregnan de tal modo que vivimos en ellos (y qué importan entonces los libros), o no nos impregnan y entonces no son capaces de hacernos vivir (y en ese caso qué importa que desaparezcan).
Hay que insistir en esta idea de la cultura en acción y que llega a ser entre nosotros como un nuevo órgano, una especie de segundo aliento; y la civilización es la cultura aplicada que rige nuestros actos más sutiles, es espíritu presente en las cosas, y sólo artificialmente podemos separar la civilización de la cultura y emplear dos palabras para designar una única e idéntica acción.
Juzgamos a un civilizado por su conducta, y por lo que él piensa de su propia conducta; pero ya en la palabra civilizado hay confusión; un civilizado culto es para todos un hombre que conoce sistemas, y que piensa por medio de sistemas, de formas, de signos, de representaciones.
Es un monstruo que en vez de identificar actos con pensamientos ha desarrollado hasta lo absurdo esa facultad nuestra de inferir pensamientos de actos.
Si nuestra vida carece de azufre, es decir de una magia constante, es porque preferimos contemplar nuestros propios actos y perdernos en consideraciones acerca de las formas imaginadas de esos actos, y no que ellos nos impulsen. (…)
Por otra parte, cuando pronunciamos la palabra vida, debe entenderse que no hablamos de la vida tal como se nos revela en la superficie de los hechos, sino de esa especie de centro frágil e inquieto que las formas no alcanzan. Si hay aún algo infernal y verdaderamente maldito de nuestro tiempo es esa complacencia artística con que nos detenemos en las formas, en vez de ser como hombres condenados al suplicio del fuego, que hacen señas sobre su hoguera."