martes, abril 11, 2006

Demonizaciones - 11 del mes del deshoje de 2006

La cultura - 31 del mes leopardo de 2006

¿Es de esta época la demonización del otro? Tomemos al Gran Mal, el nazismo. Todavía hoy se continúa usando la figura de Hitler paradigmatizando a quien conjuga en sí mismo todas las bajezas, las perversiones, el odio hacia el diferente. Y efectivamente la llegada de los rusos y los yanquis a Polonia dejó ver al mundo sin asomo de duda que alcanza con que un hombre tenga poder absoluto para demostrar lo que es en realidad: un monstruo asesino, inhumano, que no tiene reparos morales ni éticos en despojar al otro hasta su estatus animal, en reducirlo a su mínima expresión humana. Los campos de exterminio eran fábricas de cadáveres, pero también de Musselmänner, medio-muertos.
Si Hitler fue un monstruo, fue uno creado por el injusto Tratado de Versalles a la medida de las ambiciones del bando ganador. Tómese un país que se considera injustamente humillado y poseedor de un destino de grandeza, impóngansele altas cuotas en concepto de compensación por gastos de guerra, la devastación de la guerra, y se tendrá un cóctel de donde no puede menos que salir un dictador. Con las mejores intenciones nunca se han hecho peores cosas.
Y –a esto íbamos– la situación en Alemania era también de demonización: el concepto de raza permitió a judíos y a nazis considerarse elegidos (sí, la idea de una raza superior no fue inventada por los segundos, sino por los primeros).
Nos fascina el miedo irracional que los musulmanes provocan en los privilegiados del Primer Mundo (miedo que ellos mismos despertaron al codiciar lo que ellos mismos les enseñan a codiciar), pero en el Tercer Mundo también tenemos nuestros propios Otros Absolutos: las masas pobres, silenciosas, piqueteras, mestizas. Esas hordas que cuando se despiertan asustan a las clases medias bienpensantes, a los partidos llamados comunistas, a los también pobres pero dormidos…
¿Quién sería mejor que Hitler si le ofrecieran todo el poder? O, como dijo Shakespeare por boca de Hamlet, cuando Polonio le cuenta que llegaron los actores preferidos del Príncipe, y va a arbitrar los medios para acomodarlos en la ciudad:

“Polonio: –Los trataré como se merecen.

Hamlet: –No, trátalos mejor. Si fuéramos a tratar a todo el mundo como se merece… ¿quién se libraría de ser azotado? Cuanto menos lo merezcan, mayor será el mérito de tu generosidad.”